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Papás del pequeño Máximo cuentan su historia

Máximo nació el 6 de junio de 2018 en el Hospital Clínico de la UC. Pesó 3,1 kilos y midió 49 centímetros. A los días fue diagnosticado con la enfermedad Hirschsprung, un trastorno que afecta al intestino grueso y causa problemas para la evacuación de deposiciones. Debía realizar un tratamiento en casa por seis meses mientras esperaba su cirugía. Sin embargo, al mes y cuatro días llegó a la urgencia del hospital y de ahí no salió. Falleció el 21 de julio, después de diez días internado.

Desde San Antonio, sus papás Fernanda González y Matías Atenas, junto al abuelo materno, cuentan por primera vez cómo fueron los 45 días de vida del pequeño y relatan lo que ellos califican como una serie de negligencias por parte de dos médicos especialistas, que derivaron en el fatal desenlace.

"El parto no fue algo que recordemos con alegría. La anestesia me dejó muy decaída y cuando vi a mi hijo me asusté, porque estaba muy calladito. Ya en la tarde sentíamos como que él se quejaba, que algo le molestaba. Al momento de ponerlo al pecho, no quería comer, sólo dormir. Decían que era flojito", recuerda la madre.

-¿Cuándo notaron que había algo más en Máximo?
-Los bebés expulsan el meconio (primera evacuación) en las primeras horas de vida y él no lo hizo. El pediatra tuvo que hacerle una estimulación con un termómetro en su ano. Así lo logró, pero al día siguiente no pudo solito. Ahí apareció la sospecha. Nos dieron el alta, pero el pediatra lo examinó al día siguiente y lo hospitalizó porque había bajado más de peso y tenía su guatita distendida.

Después de varios estudios, la pareja conoció a dos médicos especialistas, quienes confirmaron el diagnóstico de la enfermedad de Hirschprung. "Resultaron ser tres milímetros de intestino afectado. Nos dijeron que como era poco, no necesitaba cirugía de manera urgente. Ellos nos dieron la certeza de que no era grave, que era tratable y que el niño podía vivir así hasta la operación en seis meses", dice el padre.

-¿Cuáles fueron las indicaciones?
-Fernanda: Estuvo cuatro días hospitalizado. Debíamos observarlo en la casa si hacía solo o no y si no hacía, debía estimularlo cada seis horas con el termómetro. Yo aprendí mirando a las enfermeras, no hubo capacitación.

-¿Cómo estuvo Máximo?
-Fernanda: Maxito era un niño muy tranquilo, dormía bastante, seguía un poco inapetente. Había que estar despertándolo para que tomara leche. Teníamos un ritual con las estimulaciones.

-¿Cómo fue la relación con los médicos especialistas?
-El médico más joven nos dio su correo para que yo hiciera las consultas. Le preguntaba por qué el niño siempre tenía temperatura y por qué le sonaba mucho su guatita; sus deposiciones tenían un olor muy fuerte e incluso en ocasiones salían teñidas de un color rosa. Él respondía que con paracetamol se podía ir controlando. Que mientras tuviera buen ánimo y apetito, iba a estar bien. Y claro, mi hijo era tranquilo, bueno para dormir, entonces, uno lo asociaba a que estaba de buen ánimo.

El 10 de julio viajaron al hospital para un control y se devolvieron contentos. "No lo examinaron, lo vieron tomando pecho y dijeron que estaba impecable", recuerda Matías.

-¿Qué pasó después?
-Fernanda: Ese mismo día, cuando llegamos a la casa, lo noté inquieto, no concilió el sueño, se quejaba y fue la primera vez que él lloró de dolor. Lo estimulaba y no hacía. Su guatita estaba muy dura, vomitó dos veces. Le escribí al médico para ir a urgencias, pero dijo que lo tratáramos con paracetamol.

-Matías: Nos fuimos igual a la clínica y el médico más joven nos hizo un sobrecupo. Nos dijo que estaba bien. Pero a los minutos llegó el otro doctor y desde la puerta de la consulta lo mira y nos dice que el niño, por su color, no estaba bien. Nos fuimos a la urgencia.

Al día siguiente, los médicos les explicaron que Máximo tenía una enterocolitis (muerte del tejido intestinal). Esa misma noche se fue a cirugía.

"Lo durmieron y lo empezaron a llenar de fármacos. Mi hijo se hinchó mucho. Cada día se agravaba más y no había diagnóstico. Decían que podía tener una enfermedad genética. Tuvimos que hacer un examen particular que se envió a Estados Unidos para confirmar, pero se descartó. Después lo conectaron a un ECMO (oxigenación externa)", relata Matías.

"El 21 de julio le hicieron un escáner. Primero nos informan que había necrosis del intestino delgado. En la tarde, nos dicen que estaba con muerte cerebral, que habíamos llegado al final del túnel. Quedamos helados", se emociona Fernanda.

-¿Se pudieron despedir?
-Matías: Mi señora tomó a Máximo y lo empezaron a desconectar. Es chocante ver a tu hijo morir así. -Fernanda: El II de julio fue el último día que Io vi despierto. Me regaló unos momentos de mucha calma, porque él estaba tranquilo y con sus ojitos bien abiertos, él me dio esa calma. Ruego que no haya sufrido, que no lo haya pasado mal.

-¿Por qué contar esto ahora?
-Fernanda: Nos sentimos preparados. Esto se debe conocer y no puede volver a pasar con otro niño. No fue solo la negligencia, también hubo malos tratos.

-¿Cómo han lidiado con el dolor?
-Fernanda: La familia y Dios han sido fundamentales. Volvimos a ser padres. Tenemos a Mía de 23 meses. Gracias a ella conocimos cirujanos de otra clínica que nos explicaron cómo se trataba la enfermedad, como se estimulaba correctamente.

"Máximo debió haber recibido un tratamiento como correspondía, como los enemas o lavados, porque con el termómetro nunca iba a sacar el 100% de su guatita. Acá no se siguió el patrón. Los procedimientos fueron mal hechos", enfatizan sus padres, aludiendo a los argumentos de la querella criminal por cuasidelito de homicidio en contra de los médicos, que investiga el Ministerio Público.

El abogado Esteban Barra, de BACS Abogados, añade que además se interpuso una acción civil indemnizatoria en contra de las personas involucradas, el equipo médico y la clínica, que fue declarada admisible.

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