Probablemente cuando alguien quiera saber en unos cien años más cómo era
estudiar en la época de la pandemia, se tope con una fotografía del colegio Wat
Khlong Toe, de Bangkok, Tailandia.
Para sentarse en sus pupitres los alumnos deben introducirse en una especie de cápsula plástica en forma de cubo que los aísla por completo de sus compañeros. Y si necesitan decir o hacer algo fuera de su puesto, deben hacerlo en un lugar que se encuentra rigurosamente demarcado en el piso.
Los recreos se ven bastante deprimentes. Los niños deben introducirse en otro cubo de plástico, solos, nunca acompañados, donde a lo más pueden entretenerse con algunos juguetes. Nada de jugar a la pelota, a la pinta, ni qué decir el caballito de bronce.
Por supuesto, todos usan mascarilla, hay lavamanos y alcohol gel a la entrada de cada sala y hay controles de temperatura constantes.
Estos niveles de protección que parecen tan exagerados, explican el control casi insuperable que ha logrado el país de la pandemia. Tailandia tiene casi 70 millones de habitantes y hasta ahora solo registra 3.356 contagiados y 58 muertos. Las clases se suspendieron en marzo y se retomaron en julio, pero tomando medidas que quizás ningún país occidental estaría dispuesto a replicar.
Pablo Brockmann, médico pediatra y broncopulmonar y académico de la Escuela de Medicina de la UC, cree que los costos sicológicos de tomar una medida así en los niños chilenos, por ejemplo, serían insospechados. Más útil, dice, sería mirar experiencias europeas, aunque hasta ahora no existe ninguna prueba que demuestre o garantice la ausencia de contagios con el regreso a clases.
"En Francia hicieron un estudio donde a los alumnos los separaron también a más de un metro de distancia; donde fueron por turnos, un día un grupo y al otro día otro; con cinco sanitizaciones al día de la sala de clases, y con mucho lavado de manos y distanciamiento social, y el resultado fue que hubo poco nivel de contagio entre los niños y de los niños hacia los adultos, incluyendo familiares", dice Brockmann.
"Sin embargo", agrega, "este estudio se realizó en un momento en que en Francia había muy poca circulación de virus y sus resultados contrastan con otras experiencias, como un estudio realizado en China donde sí hubo brotes importantes".
Eso sin contar lo que ocurrió en Israel, donde después de permitir el reingreso de los escolares se produjo un explosivo contagio que obligó a cerrarlo todo de nuevo, y los más de 90 mil contagios entre menores de Estados Unidos ocurridos a las dos semanas de permitir el reingreso a clases. "No hay respuesta médica hasta ahora que indique que haya una estrategia segura para volver a clases", concluye Brockmann.
Para sentarse en sus pupitres los alumnos deben introducirse en una especie de cápsula plástica en forma de cubo que los aísla por completo de sus compañeros. Y si necesitan decir o hacer algo fuera de su puesto, deben hacerlo en un lugar que se encuentra rigurosamente demarcado en el piso.
Los recreos se ven bastante deprimentes. Los niños deben introducirse en otro cubo de plástico, solos, nunca acompañados, donde a lo más pueden entretenerse con algunos juguetes. Nada de jugar a la pelota, a la pinta, ni qué decir el caballito de bronce.
Por supuesto, todos usan mascarilla, hay lavamanos y alcohol gel a la entrada de cada sala y hay controles de temperatura constantes.
Estos niveles de protección que parecen tan exagerados, explican el control casi insuperable que ha logrado el país de la pandemia. Tailandia tiene casi 70 millones de habitantes y hasta ahora solo registra 3.356 contagiados y 58 muertos. Las clases se suspendieron en marzo y se retomaron en julio, pero tomando medidas que quizás ningún país occidental estaría dispuesto a replicar.
Pablo Brockmann, médico pediatra y broncopulmonar y académico de la Escuela de Medicina de la UC, cree que los costos sicológicos de tomar una medida así en los niños chilenos, por ejemplo, serían insospechados. Más útil, dice, sería mirar experiencias europeas, aunque hasta ahora no existe ninguna prueba que demuestre o garantice la ausencia de contagios con el regreso a clases.
"En Francia hicieron un estudio donde a los alumnos los separaron también a más de un metro de distancia; donde fueron por turnos, un día un grupo y al otro día otro; con cinco sanitizaciones al día de la sala de clases, y con mucho lavado de manos y distanciamiento social, y el resultado fue que hubo poco nivel de contagio entre los niños y de los niños hacia los adultos, incluyendo familiares", dice Brockmann.
"Sin embargo", agrega, "este estudio se realizó en un momento en que en Francia había muy poca circulación de virus y sus resultados contrastan con otras experiencias, como un estudio realizado en China donde sí hubo brotes importantes".
Eso sin contar lo que ocurrió en Israel, donde después de permitir el reingreso de los escolares se produjo un explosivo contagio que obligó a cerrarlo todo de nuevo, y los más de 90 mil contagios entre menores de Estados Unidos ocurridos a las dos semanas de permitir el reingreso a clases. "No hay respuesta médica hasta ahora que indique que haya una estrategia segura para volver a clases", concluye Brockmann.