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Este huevo tiene 66 millones de años y estaba guardado en Santiago
Verano de 2011 en isla Seymour, al este de la península Antártica. El termómetro marca cinco grados bajo cero. Los paleontólogos de la Universidad de Chile, David Rubilar y Rodrigo Otero, caminan con sus mochilas cargadas bajando por el borde de un pequeño estero que se había formado por el deshielo, cuando notan una estructura oscura redondeada de 30 centímetros de largo dentro del agua gélida. Parece una pelota de rugby desinflada. Lo sacan y lo limpian sin tener idea de qué cosa es. Lo envuelven en ropa, lo guardan en la mochila y caminan seis kilómetros en medio de un barrial hasta regresar al campamento junto a otros científicos en una expedición antártica. Cada investigador observa el hallazgo, pero nadie tiene pistas de su origen. Después de ver la película de ciencia ficción "The thing", de John Carpenter, los científicos apodan a la misteriosa estructura como "La cosa" y la guardan en el Museo Nacional de Historia Natural (MNHA).

Este miércoles, nueve años después de su descubrimiento, la revista "Nature", determinó que "La cosa", corresponde al huevo de cáscara blanda más grande de la era donde vivieron los dinosaurios (mesozoica) y el segundo más grande hallado para un animal vertebrado, solo superado por poco por el huevo del extinto "ave elefante" de Madagascar, del siglo 18.

La publicación fue desarrollada en conjunto por científicos de la Universidad de Chile, de la Universidad de Texas y del MNHN.

Cáscara blanda

David Rubilar cuentan que eligieron la isla Seymour para investigar "por ser uno de los pocos lugares en el mundo, donde está identificado un momento geológico súper importante que es el límite del fin de la era de los dinosaurios y el comienzo de la era de los mamíferos. Las rocas de la isla fueron un fondo marino que data de hace 66 millones de años", dice el doctor en Ciencias y jefe del área paleontología del MNHN, donde el huevo permaneció guardado desde el 2011 al 2018.

Rubilar recuerda que a cada paleontólogo o geólogo que visitaba el museo, él les preguntaba por el objeto, pero nadie supo explicarle de qué podía tratarse, hasta la visita de la paleontóloga estadounidense Julia Clarke. "Ella lo miró y me dijo que se parecía a un huevo blando aplastado. Inmediatamente me acordé que hay un montón de animales que no ponen huevos de cáscara dura sino que son huevos blandos. Estos huevos al estar compuestos principalmente de proteínas se descomponen rápidamente, por ende no existen muchos fósiles de huevos blandos en el mundo, recién se están conociendo".

Así partió la investigación. Una pequeña parte del cascarón se fue a la Universidad de Texas, en Estados Unidos, para ser sometida a análisis.

"Por medio de microscopía electrónica de barrido, se confirmó que era un huevo blando gigante, porque tenía la misma estructura de varias capas de proteínas bajo una lámina. Después se le hicieron análisis químicos mediante espectrometría y difracción de rayos X. En Chile, al huevo se le hizo una tomografía en la Clínica Las Condes, para poder ver lo que había adentro. Teníamos la esperanza que estuviera el esqueletito de un feto, que nos dijera qué animal había puesto el huevo. Pero no había nada adentro, estaba vacío", explica el paleontólogo Alexander Vargas, director del proyecto Anillo Registro Fósil, integrado por la U. de Chile, el MNHN y el Instituto Antártico Chileno.

¿Y la madre?
Vargas explica que no se ha podido determinar, fuera de toda duda, quién puso el huevo. Pero hay hipótesis. "Su cáscara es 10 veces más delgada de lo que se esperaría para un huevo de ese tamaño, es casi como una membrana transparente de menos de un milímetro. En base a esto hemos propuesto que se trataría de un huevo vestigial, es decir, un huevo cuyo desarrollo embrionario ocurre dentro del útero, y apenas la madre pone el huevo, la cría nace. Hay un candidato muy bueno, que vivía ahí mismo, que es una lagartija marina gigante depredadora, un verdadero monstruo marino, que se llama mosasaurio".

Durante la misma expedición antártica de 2011, días antes de hallar el huevo, Rodrigo Otero había hecho otro descubrimiento: partes de un cráneo gigante de un mosasaurio, cuyos parientes modernos son los lagartos monitores, como el dragón de Komodo. "Aclarar que no son dinosaurios. Los dinosaurios son animales terrestres. El mosasaurio es un reptil marino", dice Otero, cuyo primer descubrimiento fue bautizado como Kaikaifilú Hervei, un animal que debió medir 9 metros de largo.

"El huevo mide 29 centímetros de largo y 20 de ancho y calculamos que su peso original era de 6,5 kilos. El fósil es un poco menos porque las partes blandas se reemplazaron por minerales. Las estimaciones son que la madre debería haber medido mínimo 7 metros. Quizás Kaikaifllú podría ser una candidata a ser la madre del huevo", hipotetiza Otero.
Este huevo tiene 66 millones de años y estaba guardado en Santiago

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