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Biólogo explica la ardua tarea de sacar el lindano del mar antártico
En las revistas de la época de la Segunda Guerra Mundial aparecían anuncios de champú que destacaban su composición perfecta para eliminar toda clase de parásitos. En especial, los piojos. "Ahora con más lindano", decía la publicidad inscrita bajo la imagen de un niño rascándose la cabeza. Lo mismo ocurría con el DDT, utilizado en productos para controlar la malaria o el tifus.

Ambos compuestos, asegura Cristóbal Galbán, doctor en Ciencias del Mar, fueron prohibidos hace unos veinte años en 181 países.

Pese a la disminución de su uso, no ha sido posible eliminarlos del todo. Para peor, viajaron desde Sudamérica, Australia y Sudáfrica hasta depositarse en el mar Antártico. El asunto, destaca el investigador del equipo de la Expedición Científica Antártica (ECA 56), pasó de ser un problema sanitario humano a un contaminante de las aguas más prístinas del mundo y de los microorganismos que habitan en ella.

El viaje aéreo

Galbán explica que los componentes del lindano suelen quedarse en la tierra, y que luego se trasladó a la Antártica por las masas de aire tras un proceso de evaporación, lo que ocurre a temperaturas entre 250 y 260. "Imagina un esmalte de uñas: lo ves líquido, pero huele. Ocurre porque parte del esmalte se va al aire. Pasa eso con el lindano y el DDT", explica. Y al llegar al mar antártico, cuenta el investigador del Centro de Genómica, Ecología y Medio Ambiente de la Universidad Mayor, parte de esos contaminantes bajan al mar, bajo la superficie. "Se distribuyen de acuerdo a un equilibrio termodinámico. Una parte se va al agua, otra al aire y otra queda en el fitoplancton, que es la microalga que tiene el agua", asegura.

Ese fenómeno, recalca, ocurre porque el mar antártico tiene muy pocos contaminantes. "Si hay muchos en el aire y pocos en el agua, por equilibrio van a tender a bajar esos contaminantes. Si el agua está muy contaminada, ocurre al revés", dice.

Contaminantes indestructibles

El lindano y el DDT son hidrofóbicos, o sea que no se disuelven en el agua. "En el agua (mar) hay microalgas, y estos contaminantes son muy afines a la materia orgánica", advierte.

Lo peligroso, dice, es que se unen al fitoplancton, que es el alimento del krill: parte fundamental de la alimentación de de pingüinos, ballenas, focas, calamares, peces y otros. "Se unen de dos formas. Por adsorción (con d de dedo), que es cuando se pegan a la pared de las células; y por absorción, que ocurre cuando la célula lo incorpora y suele metabolizarlo. Pero este último es más común en los hidrocarburos", explica.

El equipo de Galbán, conformado por Constanza Meriño, Thais Luarte y Andrea Hirmas, recolectó muestras del aire y agua de los alrededores de la base Profesor Julio Escudero de la Antártica. Con eso, dice, esperan determinar qué tanto sufre el krill con estos contaminantes. O sea, cómo influyen estos tóxicos prohibidos por el Convenio de Estocolmo, firmado por 181 países incluido Chile, en la cadena trófica marina antártica.

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