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Javiera Parada
Javiera Parada, 45 años, actriz, exagregada cultural, actual coordinadora de contenidos y extensión de la Feria ChACO, una de las gestoras de la carta “La democracia es diálogo”, que la llevó junto a 45 otros firmantes a La Moneda hace dos meses, hoy día una de las referentes de quienes reivindican la moderación y el diálogo tras el estallido social, y promotora de la Asamblea Constituyente desde 2013, fue el sábado pasado trending topic en Twitter por una opinión.

Ella escribió: “¿Ustedes son conscientes que con este nivel de polarización y violencia política no se puede hacer ni medio proceso constituyente?”.

Sus palabras tuvieron más de 1.700 retweets, 5 mil me gusta y 1.100 opiniones, no todas favorables. Muchos de su mismo sector político la criticaron con fuerza. Unos la acusaron de “hacerle el juego al discurso del miedo de la derecha”, otros le dijeron que no representaba a nadie y algunos le sacaron en cara el recuerdo de su padre, degollado en dictadura.

—¿Pero qué podría hacer? —dice recordando el tuit—. No voy a cambiar, no voy a dejar de ser quien soy, tampoco voy a dejar de tener opinión, la gente que está en desacuerdo conmigo tiene todo el derecho a estar en desacuerdo. Cuando opino en Twitter no es para ser más popular, sino que para decir lo que pienso.

—Hoy la izquierda le enrostra que con su pasado esté llamando al diálogo con el Gobierno y Chile Vamos. A transar, cuando la calle está pidiendo decisiones más radicales.

—Precisamente porque asesinaron a mi papá y detuvieron a mi abuelo y exiliaron a mi familia es que creo que hay que cuidar mucho el clima político, porque el golpe de Estado, entre otras cosas, fue porque estaba totalmente roto el diálogo democrático. En esa época fueron muchos los que colaboraron a no generar diálogo y yo, en esta pasada de la historia, no quiero estar del lado de los que no hicieron nada para que se produzca ese diálogo.

Mientras habla, está sentada en el comedor de su antiguo departamento frente al Parque Bustamante, en un cuarto piso sin ascensor ni citófono, donde para abrir hay que chequear quién es por la ventana.

—El día en que escribí el tuit había leído en la revista “Sábado” la historia de una persona a la que le habían quemado todo (el empresario Lucio Torre) y me pareció terrible. Luego, cuando llegué a la casa me metí a Twitter y empecé a ver que estaba todo el mundo en un clima desbordado, de mucha pelea.

—¿Y eso la asustó?

—Me preocupó. Hasta hoy estoy preocupada de que no pase nada, de que la política no encuentre el tono para seguir avanzando. Hay días en que estoy muy esperanzada, porque veo avances y veo que los distintos sectores logran ponerse de acuerdo. Pero también hay veces en que no, porque veo que hay mucho griterío y hay más ganas de sacar cálculos políticos que de avanzar. Eso me preocupa, porque para tener un proceso constituyente, discutir una nueva Constitución y poder transformar todo este momento de desborde de energía democrática en algo concreto, se requiere bajar los decibeles.

La vida de Javiera Parada siempre ha estado vinculada a los derechos humanos.

—Fue con lo que crecí. Desde que tengo memoria mi mamá y toda mi familia buscaban a mi abuelo. Mi mamá era parte de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos junto a mi tía, y mi papá trabajaba en la Vicaría de la Solidaridad. Parte de mi familia estaba exiliada.

Dice que desde pequeña supo lo que sucedía en Chile, las detenciones, las violaciones a los derechos humanos. Incluso recuerda el toque de queda.

—Sí, porque con mi mamá y mi papá íbamos a tirar miguelitos y teníamos que llegar a la casa antes del toque de queda.

Tras la muerte de su padre, José Manuel Parada, en 1985, en lo que se conoció como el caso Degollados, tiene un año “vacío”, del que no recuerda nada, dice. Pero tras el shock comenzó a vivir una vida normal, cuenta que entró a la adolescencia como cualquier niña de esa edad, militó en las Juventudes Comunistas, y “después hice lo que todos: empecé a ir al Trolley, a Matucana 100”.

—Para todos los que la vivimos, la dictadura fue algo muy terrible. No poder decir quién eras, vivir con miedo de que podía pasarle algo a la gente que tú querías. Nosotros en algún momento estuvimos con autos de la CNI afuera de la casa.

No dice que sentía miedo, pero recuerda a su mamá llegando con hematomas de las protestas porque la golpeaban.

—Usted también iba. Hay registros de la TV de la época en donde aparece en muchas protestas con su mamá.

—Sí, pero a mí no me pegaban como a ella. Entonces toda esa angustia… Todos los que pasamos por esa época lo llevamos dentro y uno aprende a vivir con eso, nomás.

Debutó en la teleserie La torre 10 cuando tenía 9 años y tras lo de su padre no la llamaron más, hasta el retorno a la democracia. Tenía 16 años y estaba en cuarto medio cuando trabajó en Trampas y caretas. Su madre se había vuelto a emparejar y se fue a vivir a Francia con su nuevo marido. Ella se quedó y durante el primer semestre se fue con una amiga a un departamento frente al Bellas Artes. Al finalizar 1992 partió a Europa, pero nunca llegó a Francia. Quería conocer primero Barcelona. Iba por unos días, pero allí se enamoró y se quedó a vivir por 13 años.

—Trabajé en catering, fui runner del Primavera Sound, hice la curatoría de un festival que se hacía en el Centro Cultural de Barcelona, tuve una agencia de disjockey y gestioné un centro cultural. Fui hasta go-go en discotecas —se ríe.

En 2005 vino de vacaciones a Chile y se quedó. A las dos semanas comenzó a trabajar. Hizo campañas políticas, fue productora de eventos y trabajó en Santiago a Mil hasta el año pasado, entre muchas otras cosas.

—En todo ese tiempo, ¿alguna vez sintió odio hacia las personas que mataron a su papá?

—No, nunca. No me acuerdo de mí odiando. Tenía mucho dolor, tenía una sensación de injusticia, pero no de odio.

“De hecho me acuerdo bien cuando murió (el coronel de Carabineros) Luis Fontaine, quien organizó el asesinato de mi papá. Fue en la calle, a manos del Frente. Cuando supe me desmayé, porque lo primero que pensé fue en los hijos de Fontaine. Esos hijos se quedaron sin papá. Y dije: “Esto es un espiral de violencia que no va a parar nunca”. Tenía 13 años.

—¿Qué fue lo que la salvó de ese sentimiento de odio?

—No hay una respuesta única. Lo primero es mi familia, ellos tuvieron mucho que ver, porque nos protegieron con amor del horror que estaba pasando. También creo que me ha ayudado que desde chica descubrí que me gustaba actuar, y eso para mí ha sido un refugio. Siempre que me he sentido triste o perdida vuelvo a mi trabajo y eso me centra. Y, por último, creo que haberme ido a Barcelona fue fundamental en mi sanación. Esos trece años en que viví bien desconectada de Chile, organizando fiestas, conociendo a gente de toda Europa, probando cuestiones que yo no sabía que existían en teatro, viajando con amigos en camiones a Praga a hacer festivales… Eso de encontrarme conmigo misma después de haber sido por mucho tiempo la hija de José Manuel Parada, nieta de María Maluenda y de Roberto Parada, la niña que salía en las teleseries, bisnieta de Manuel Rojas, fue muy bueno para mí. Descubrir que era buena actriz —porque llegué y altiro me contrataron— y que no era buena actriz porque era nieta de no sé quién, fue fundamental. Creo que todo eso me sanó mucho.

El 2006 fue un año importante para ella porque la Revolución Pingüina la ayudó a interesarse nuevamente en la política.

Pero 2011 fue clave.

—Me vino un remezón muy grande, porque hasta ese momento siempre pensé que mi aporte político estaba vinculado a mi trabajo cultural. Yo hacía política a través de la cultura, lo había hecho en Barcelona y en Chile también. Pero ese año sentí que eso ya no me bastaba.

Unas amigas le habían hablado de “un grupo de cabros que venían del movimiento estudiantil y que estaban armando algo”. Eran los inicios de Revolución Democrática. Y ella se sumó.

En paralelo trabajó en la producción de Santiago a Mil, junto a Carmen Romero, hasta que en 2014 se fue de agregada cultural a Estados Unidos.

En 2016 renunció a ese cargo, dice, porque la Presidenta Michelle Bachelet había anunciado el proceso constituyente y a ella le interesaba participar. Y porque sus compañeros de Revolución Democrática le dijeron que estaban armando el Frente Amplio.

El 28 de octubre pasado Javiera Parada renunció a Revolución Democrática, partido al que postuló sin éxito a la presidencia hace un año.

—Fue una decisión muy pensada. Hace bastante tiempo que tenía diferencias en cómo se estaba conduciendo RD. De hecho, cuando fui candidata a presidenta dije que creía que el partido no estaba cumpliendo con las promesas que le habíamos hecho a la gente. Y que estábamos en una crisis.

Luego dirá: “Creo que este año, antes del estallido, RD estaba bastante ausente, sin cumplir un rol dentro del Frente Amplio y dentro de la oposición”.

—Viendo cómo ha ido evolucionando la crisis social, ¿no se arrepiente de haberse alejado de RD?

—No, no me arrepiento para nada. Obviamente irse de un partido nunca es fácil. Uno crea muchas lealtades, amistades, además es un lugar de acción política importante, pero también encontraba mucha animadversión de gente de RD a mi figura, y creo que tampoco tenía mucho sentido estar en un lugar donde había gente que sentía que yo no era un aporte.

—El Frente Amplio hoy enfrenta una crisis grande.

—Sí, los partidos en general están sufriendo una crisis bien grande. Hoy se está reordenando todo y el Frente Amplio, desde que se creó, es un territorio en disputa, hay distintas fuerzas peleando la hegemonía y la conducción, pero yo creo que lo que está ocurriendo es sano.

—¿Qué errores cree que cometió usted y sus compañeros? Ustedes venían a renovar la política…

—Creo que ha habido caudillismos al interior. Hemos personalizado los liderazgos, en vez de generar una fuerza más colectiva. Nos ha faltado ser capaces de generar una cultura política propia. Hay muchas tradiciones distintas que se juntaron en esta nueva coalición y que no han sabido todavía generar una nueva cultura política de convivencia. Creo que nos ha faltado construir estructuras representativas y democráticas que puedan canalizar las diferencias cuando hay que tomar decisiones. Entonces, finalmente quienes terminan tomando las decisiones son las personas que tienen más poder comunicacional. Creo que este es un proceso en construcción.

—¿Usted cree que aún hay tiempo para que se sigan construyendo?

—Por supuesto que hay tiempo. Los procesos políticos son largos en la historia. Y creo que hay muy buena gente y con muy buenas intenciones en el Frente Amplio y que estamos todos aprendiendo, y por lo tanto creo que es un proceso en construcción, e insisto, se va a reconfigurar todo.

—¿Le pareció bien cómo actuó Boric y Jackson al pedir perdón al día siguiente de la ley de saqueos?

—No. Lo que había que hacer ahí era explicar lo que habían votado, más que pedir perdón. Tenía lógica lo que votaron y si lo hubieran explicado bien se habría entendido, pero creo que uno de los errores de estas nuevas fuerzas políticas es estar muy pendiente de lo que dice Twitter, tener temor de cómo explicar las ideas que a veces no son tan populares, pero que uno está convencido de que hay que llevarlas adelante. Yo también espero eso de los liderazgos. Uno no puede hacer política mirando el people meter todo el rato. Hay que correr ciertos riesgos, aunque no sea muy popular tomar ciertas decisiones. Y creo que Gabriel Boric lo hizo el día de la firma del acuerdo.

—Él ha tenido que pagar costos con sus electores por eso.

— Sí, pero es que la política no es simplemente hacer cosas que a uno lo van a hacer sentir querido o popular (…). Creo que uno de los errores también, voy a hablar de Revolución Democrática porque no puedo hacerme cargo de la política de los otros partidos, es que durante los últimos años pecamos de hacer política para nosotros mismos más que para el resto de Chile. Y es un problema cuando la política se trata de la política y no se trata de cómo mejorar las vidas de la gente; ahí deja de tener sentido.

—¿Siente que el Frente Amplio ha hecho del asambleísmo un dogma?

—Por eso te digo que hay que generar estructuras democráticas representativas que superen el asambleísmo. Los partidos políticos y las coaliciones deben dotarse de mecanismos democráticos que permitan que, cuando haya diferencias, se puedan tomar decisiones asumidas por todos. El asambleísmo se entiende en lógica universitaria, pero de eso no se deduce que te sirva luego para armar un partido político, y que además se pueda entender con otros partidos en una coalición.

—¿Qué le parece el rol que cumplen congresistas como Pamela Jiles?

—Todas las expresiones políticas son legítimas, pero a mí me gusta una política basada en las ideas y no en el espectáculo. El espectáculo me gusta verlo en los teatros, en las salas de conciertos. Creo que hay que guardar ciertas formas en la discusión política. El show y el escándalo en la política ayudan a tener likes, ayudan a tener pantalla, pero no ayudan al debate político.

—¿Entiende la renuncia de Jorge Sharp a Convergencia Social?

—Yo lamento profundamente la fragmentación de la izquierda, que no empezó hoy día. Uno de los problemas de mi sector es que somos muy buenos para dividirnos, el problema es que viene el proceso constituyente que tanto nos costó echarlo a andar... Yo creo que la derecha se va a ordenar rápidamente. Y nosotros seguimos discutiendo si es legítimo o no es legítimo, si vamos a votar la reforma… La izquierda tiene que luchar en contra de su tendencia a fraccionarse.

“En el duro momento que está viviendo Chile, hacemos un llamado a todas las fuerzas sociales y políticas a dialogar, sin condiciones previas, con generosidad, respeto y altura de miras. El país y la democracia que tanto ha costado construir así lo demanda”. Así parte la carta que Javiera Parada junto a más de 4.000 personas firmaron el pasado 20 de octubre. Con ella, distintas personalidades llamaron al diálogo para buscar la paz social sin dejar de reconocer los orígenes de la indignación ciudadana.

—Esa carta la generamos con José Burmeister, Elisa Walker y Carolina Tohá el mismo sábado 19 de octubre. Estábamos muy angustiados porque veíamos que la política no estaba dando el ancho. Y muy impresionados de que la oposición estuviera como patidifusa. La carta fue un llamado al diálogo, a conversar. La empezamos a girar el sábado a las 7 de la tarde y el domingo a la 10 de la mañana ya tenía 1.500 firmantes —cuenta.

Ahí, dice, comenzaron a preguntarse qué hacían con ella y decidieron armar una reunión para el martes. Llegaron más de 150 personas y ahí “escuchando al alcalde Claudio Castro, que nos hizo un llamado de urgencia explicándonos lo que se estaba viviendo en Renca, decidimos ir a entregala al poder Ejecutivo y al Legislativo e ir con un lienzo que decía ‘Democracia es diálogo'. Y eso fue un acuerdo que tomamos y lo comunicamos a la gente que había firmado”.

—En La Moneda, vestida de blanco, ¿a quién representaba?

—Nosotros fuimos representando a nadie más que a la gente que había firmado la carta. Y alguien propuso que fuéramos vestidos de blanco en homenaje a las personas que habían perdido la vida. Y cuándo estábamos afuera de La Moneda llamaron por teléfono a Paula Vial, que estaba entre nosotros, y nos dijeron que el Presidente nos quería recibir. Fue una decisión que tomamos las 40 o 50 personas que estábamos ahí.

“Por lo tanto, estábamos representándonos a nosotros mismos y a quienes habían firmado la carta”.

“La carta fue importante porque movilizó a un sector de la política. Fue un llamado de angustia a todos los sectores políticos para que contribuyeran a solucionar esta situación. Yo siempre he conversado con gente que no piensa como yo. El año 2013, cuando estábamos haciendo la campaña ‘Marca tu voto' nos reunimos con Renovación Nacional, con gente de la UDI, para intentar convencerla de lo importante que era que en Chile hubiera un proceso constituyente y una nueva Constitución que fuera sentida como propia por todos los chilenos y chilenas. Y creo que en ese momento alguna semillita plantamos. Por lo tanto, si tengo la posibilidad de conversar con empresarios que nunca han estado dispuestos a discutir la carga impositiva, o discutir la importancia de generar estrategias de desarrollo para que Chile ponga al día su economía, ¿cómo me voy a negar a esa posibilidad? Por eso no entiendo que genere tanta molestia mi disposición al diálogo, cuando además la gente que me ha criticado se ha sentado con alguno de los actores con los que yo me estoy sentando ahora para impulsar agendas específicas. Entonces pareciera que soy yo la que no pudiera ir a conversar”.

—Patricio Fernández, exdirector de The Clinic, escribió una carta reivindicando el “partido amarillo”. ¿Se siente representada por ese texto?

—Me siento bastante representada por esa carta, sí. Por gente que creemos que la moderación es buena para hacer política y que es bueno entender las razones del otro, escucharse y estar dispuesto a que también a veces te convenzan.

—Eso implica que se siente bastante amarilla, ¿no?

Javiera Parada se echa a reír.

—Sí, sí. Seguro que vas a titular con eso —dice y su carcajada sigue.

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