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Carlos Peña analiza el futuro
Varios intelectuales y académicos chilenos se declararon perplejos el viernes, día que reventó a noticia de la destrucción de varias estaciones de Metro tras cuatro días del movimiento de "evasión" convocado por estudiantes secundarios. El desconcierto de intelectuales y académicos también alcanzó a políticos y miembros de la sociedad civil. Incluso los matinales sufrieron cierta desazón el lunes, cuando madrugaron con la declaración de "guerra" que hizo el Presidente Piñera el domingo, tarde, en la noche.

Carlos Peña no es de esos perplejos y desconcertados que optaron por esperar el desarrollo de los eventos. Carlos Peña no eludió analizar los eventos y quiso, desde el primer día, opinar, definirse y criticar lo que es considerado el evento político más relevante desde el retorno a la democracia.

Peña es rector de la Universidad Diego Portales, abogado, doctor en filosofía de la Universidad de Chile, autor de más de diez libros, entre los que destacan varios súper ventas y es columnista dominical de El Mercurio. Este viernes, mientras ocurre en las calles a mayor manifestación de la historia nacional, Peña desmenuza la "semana que cambió a Chile", según algunos analistas.

Usted fue invitado por el Presidente Piñera a conversar a La Moneda el miércoles. ¿Cómo describiría su estado de ánimo?
Lo vi en un estado de alerta, plenamente consciente del problema que tenía entre manos. Como suele ocurrir a las personalidades como la suya -que tienen una confianza algo excesiva en sí mismos- es probable que, frente al problema, estuviera incluso entusiasta.

¿Esta invitación a conversar con gente opositora no lo muestra debilitado?
No, no creo. ¿Acaso confrontar sus ideas acerca de la crisis, que fue lo que él hizo en esa reunión, no es una muestra más bren de fortaleza?

Usted ha insistido en que la primera tarea de quien encabeza el Estado es garantizar el orden público, ¿el Presidente ha tenido éxito en esta tarea?
Solo relativamente. Y no se trata como alguien pudiera pensar que hay desórdenes, el problema es que la gente más modesta Cene miedo. Por eso creí que garantizar el orden público es lo más urgente. En medio de esta circunstancia se corre el riesgo de olvidar que las grandes mayorías -las de Florida, Maipú, Puente Alto- que con tanto esfuerzo han labrado para si mismos un bienestar, hoy se sienten desprotegidas. Sin la presencia del Estado, de la fuerza pública, la vida de millones de chilenos se inunda de miedo. Y sabemos lo que ocurre: el autoritarismo de derecha se legitima. Desgraciadamente, gente bien pensante -en estos días sobran quienes han descubierto que hay desigualdad  no logra comprender esa urgencia.

Las dos movilizaciones sociales más grandes de los últimos 30 años han ocurrido en gobiernos de derecha encabezados por Pinera. ¿Es más difícil gobernar para la derecha? ¿Habría Ocurrido esto con Bachelet?
Bueno, no cabe duda que Bachelet tenía más empatía, una hipnótica empatía. Y Piñera no. Pero ese importante detalle no explica el problema. De lo que no cabe duda es que para la derecha no es fácil gobernar; pero tampoco cabe duda que ha sido capaz de ganar democráticamente por dos veces casi seguidas, algo que no ocurrió durante todo el siglo XX. Y de hacerlo con los mismos sectores -los grupos medios- en los que hoy la violencia ha destrozado todo, haciendo retroceder su vida. Ese es el problema acerca del que sugiero llamar la atención. Al lado del fulgor por la igualdad, hay barrios periféricos destrozados, ¿no se advierte acaso lo obsceno de todo eso, la incapacidad que hemos tenido todos para ponerle atajo?

Algunos analistas -Carlos Huneeus, Ernesto Águila, especialmente este último-, han sostenido que ellos habían anunciado el malestar de estos días y que usted y Eugenio Tironi se habrían burlado.
No recuerdo haber discutido nada de esto ni con el profesor Carlos Huneeus, cuya obra, dicho sea de paso, tengo en alta estima, ni con Ernesto Águila; aunque estaría encantado de hacerlo. Pienso que se están apresurando demasiado si creen ver en el fervor de estos días la aurora de un momento constituyente y un rechazo radical a la modernización. Están tomando partido, a la luz de sus deseos, en vez de tomar distancia racional frente al fenómeno.

¿Están equivocados?
Diría que el entusiasmo ideológico los lleva a exagerar el significado de los hechos de estos días. Basta dar un vistazo a a literatura -disculpe que cite los nombres de Tocque- ville a Luhmann, pasando por Aron, nada menos- para saber que la modernización tiene patologías y la acompaña siempre una estela de malestar. Pero no se trata de un malestar que anhele la sustitución de la modernización o el deseo de una nueva Constitución o cosas semejantes. Lo que ocurre es que la modernización (esa mezcla de individualismo, mercado y democracia) funciona sin fricciones en la medida que la promesa de expansión del consumo y el bienestar tiene eficacia simbólica. Así lo muestra la experiencia comparada y la propia experiencia chilena. ¿Acaso ya se olvidaron que esa promesa fue la que hace apenas 18 meses hizo ganar a la derecha y dejó a la izquierda en el suelo y enmudecida, hasta que los acontecimientos de estos días la han ayudado a sacar algo la voz

¿Qué promesa?
Esa promesa de expansión del bienestar exige cuidar el miedo a la vejez y a la enfermedad y lograr mayor igua dad -cosas que la derecha no ha sido capaz de realizar, pero confundir el fracaso de esas promesas con un momento apocalíptico de neoliberalismo, como suele decirse, me parece erróneo. Caracterizar la modernización de Chile, a la que la izquierda en sus mejores días contribuyó, como modelo neoliberal es un simplismo; creer que el malestar de estos días es el anuncio de su derrumbe, un enunciado movido por el deseo y no por la razón. Pero, como en todo, los hechos acabarán decidiendo quién está en lo cierto.

¿Cuál es su pronóstico?
En algún tiempo más veremos si todo esto se derrumba y si la aurora de un nuevo ciclo histórico aparece o si, en cambio, como creo, la rueda va a empezar a girar de nuevo, con esa mezcla de progreso y desilusión que es el destino de nuestras sociedades. Mientras tanto habrá que reconstruir la ciudad y los barros de los grupos medios, que en medio de este fulgor hemos olvidado. Porque se ha destacado poco; pero tras los motivos de estos hechos, hay una destrucción inédita, un desastre para los sectores populares, la destrucción de la ciudad. Los sectores más modestos no merecen que se vea todo esto como el inicio de una aurora o de un momento constituyente.

Soluciones

¿Cómo se sale de esta crisis?
Lo primero es establecer el orden y ello incluye el respeto irrestricto de la institucionalidad democrática. Esta es la primera responsabilidad de todos, gobierno y oposición. Sin orden ninguna otra medida es posible. El orden no solo incluye la ausencia de violencia, también exige el respeto de las reglas de diálogo democrático. Desgraciadamente, hay quienes -con obvio oportunismo- no están dispuestos a ese respeto. Animados por los excesos ideológicos -e intoxicados por Ernesto Laciau, un intelectual argentino- ven en estos días un vacío a partir del cual se podría reescribir todo.

¿Quién podría liderar una salida de esta crisis?
Para hacerlo es necesario hacer algunas distinciones. Una cosa es la crisis que podríamos llamar cultural, la crisis de sensibilidades generacionales donde los jóvenes están movidos por ciertos valores nada materialistas, por una parte, y, por la otra, los más viejos por el anhelo de seguridad. Esa cuestión es uno de los aspectos del problema y su resolución debe estar en manos del proceso democrático. La otra dimensión del problema es la violencia demencial que se desató estos días y que arrasó con barrios populares y de grupos medios. Esto último es urgente controlarlo e imponer el orden público. Y aquí la responsabilidad principal -pero él tiene plena conciencia de esto- es del Presidente. Ese es su deber y está obligado a estar a la altura. Para eso requiere, desde luego, tener la cabeza fría y saber que a veces no es posible salir de las crisis de orden público sin costos personales. No quiero exagerar; pero De Gaulle acabó imponiendo el orden y como consecuencia de ello fue rechazado; aunque luego triunfó Pompidou, que era también gaullista. Y todo eso en Mayo de 1968 que, esa sí, fue una re- vuelta contra el sistema.

¿Usted aceptaría entrar al gobierno si se lo solicitan?
No. De ninguna manera. Valoro mi independencia como casi ninguna otra cosa.

¿Qué más podría ofrecer Piñera para apaciguar el ambiente? ¿El inminente cambio de gabinete, reforma Constitucional, plebiscito, gobierno de coalición?
El cambio de gabinete, seguido de un término de estado de excepción, podría ayudar. Todo lo otro -realizar un plebiscito o una reforma constitucional- llevado adelante a propósito de estos hechos, o para calmarlos, me parecería una derrota del proceso democrático.

Usted dice que estas crisis, mal manejadas, pueden fortalecer a la extrema derecha. ¿Ve señales de fortalecimiento de esa extrema derecha?
El miedo de la gente más vulnerable -la amplia mayoría que con esfuerzo ha accedido al bienestar- puede ser el caldo de cultivo de las soluciones de la extrema derecha: ¿Será necesario recordar la lección que acaba de dar Brasil con Bolsonaro? Espantar el miedo es el objetivo más básico de la vida en sociedad, no hay que olvidarlo. Y la centroderecha y la centroizquierda no deben olvidar eso. Si lo olvidan -si dejan sola a la gente con miedo o a entados por el oportunismo no ayudan a producir orden institucional- abrirán la oportunidad a los extremos, que son la peor de las soluciones.

¿Cómo caracterizaría usted a los jóvenes que protestan?
He dicho que la generación nacida en los noventa (una generación que goza de un bienestar infinitamente mayor que el de sus padres) está llena de certezas subjetivas que aspiran a erigirse en la regla de la vida social. Es una generación con fuertes convicciones de la más variada índole; pero carece de una ideología que ordene la fuerza que indudablemente posee. Y lo que he agregado es que cuando las personas están convencidas que su propia subjetividad es la medida de todo, las reglas desaparecen y la cooperación social no es posible. A eso la sociología lo llama anomia.

¿Se puede estar en desacuerdo con grupos que defienden la justicia?
Por supuesto estoy de acuerdo con los reclamos por más justicia y por más igualdad. Sobran las páginas que he escrito para probarlo. Pero en este momento el deber intelectual obliga a subrayar que lo propio de la vida cívica y lo propio de la democracia es la exclusión de ciertos medios y el respeto por los procedimientos democráticos al margen de la justicia o la nobleza de los fines que se persigan. No creo que sea correcto esconder la destrucción de la ciudad repitiendo una y otra vez las demandas de justicia. Estas demandas son correctas; pero no olvidemos la materialidad del desastre que trastornará la vida de miles y miles de personas que habían prosperado todos estos años.

¿Cómo explica la violencia en los sectores populares?
Bueno, la violencia no solo ha ocurrido en sectores populares. Lo que ocurre es que, desgraciadamente, los sectores populares no han sido suficientemente protegidos por la fuerza pública. En los grados de protección del Estado también existe una profunda desigualdad.

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