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Andrés González Venezia

Andrés González cuenta que hace no mucho se puso a recordar con su madre la gente que iba al "Venezia", el restorán del barrio Bellavista que por tres generaciones administró su familia. Cada cierto tiempo lo hacen, pero esta vez había algo distinto. "Algo difícil de definir, porque son muchas emociones juntas", admite González. "Porque ahora todos esos recuerdos, hermosos recuerdos, tienen un dolor añadido que lo cubre todo. El gran dolor de tener que cerrar el "Venezia" para siempre".

"En un tiempo éramos el único restorán que había en el barrio", relata González. "Porque Bellavista, aunque parezca increíble, antes era un barrio residencial. Por eso venía Pablo Neruda a cada rato, porque no le quedaba otra. Camilo Mori igual. Pero también venían porque se sentían a gusto. La gente aquí tenía la sensación de que estaba en el living de su casa. Y venían los de la tele, que estaban al lado, porque también éramos el único restorán que tenían a mano. Y los atendíamos como reyes. Don Francisco pasaba metido aquí. Los Jaibas se bajaban del avión y lo primero que hacían era venir al "Venezia" con las maletas y todo. Venían familias enteras. Venía el nieto a tomarse la primera cerveza con su abuelo. Venía el estudiante a celebrar su graduación. Cuántas parejas de novios vinieron a visitarnos después de la boda, porque se habían conocido en el Venezia. Venían niños... Todo eso se perdió. Solo nos quedan los recuerdos".

Las cosas comenzaron a venirse abajo, cuenta González, hace unos tres años, "cuando el narcotráfico se hizo incontrolable".

"En la esquina misma del restorán (Pío Nono con Antonia López de Bello) a veces se juntaban hasta 12 tipos a ofrecerte droga a viva voz. Imagínate, viene una pareja al restorán en su primera cita, algo que antes pasaba a cada rato, y con lo primero que se encuentran es con una tropa de tipos que te ofrecen cocaína. Y a la salida, lo mismo. Esa pareja no vuelve más. Desde entonces, nuestras ventas bajaron entre un 35% a un 45%. Estamos hablando no de las altas horas de la madrugada, sino que a partir de las seis de la tarde. Y no se podía hacer nada porque esta gente es muy organizada. Cuando llamábamos a carabineros, los pillaban con muy poca droga encima, así que los soltaban altiro. Al día siguiente estaban de nuevo en la esquina, mirándote feo. Sabían que habías llamado tú. O sea, yo agarraba el celular y la mitad de los tipos de la esquina se me quedaba mirando. Yo puedo lidiar con curados, pero no con gente peligrosa. Te describo una pura escena: en esa misma esquina hay una cámara de televigilancia. ¿Qué hacían los traficantes? Los gallos se apoyaban en el poste de la cámara".

González dice que cuando llegó el estallido social, las cosas ya estaban muy mal. "Trabajábamos para pagar las deudas, ya estábamos semidestruidos", dice. Luego vino el Covid, el tiro de gracia.

"¿Pero sabes una cosa? El estallido va a terminar. Algún día las cosas se van a normalizar en plaza Italia. Y algún día va a llegar la vacuna y se va a acabar el Covid y nadie se va a acordar que alguna vez hubo pandemia. Pero el narcotráfico va a seguic Ni el estallido ni el Covid arruinaron el "Venezia", fue el narcotráfico. Nosotros hicimos de todo. Hasta se hicieron un montón de programas en la televisión donde se mostraba el tráfico, pero al otro día no pasaba nada. Yo ya no quiero enfrentarme a ningún traficante. Estoy cansado. Y me da un dolor enorme, porque este restorán es la historia de mi familia. Mi abuelo trabajó de garzón aquí a fines de los 40, juntó plata y lo compró. Y después fue pasando de generación en generación. Yo empecé a trabajar desde 1982, cuando salí del colegio, y el 2004, cuando se enfermó mi papá, lo empecé a administrar. Yo eduqué a mis hijos gracias al "Venezia". Pero ya no más".

González vive a dos cuadras del "Venezia". Toda su vida ha vivido en el barrio. Ahora se dedica a entregar colaciones por delivery. "Es el futuro", dice. Pero todos los días ve el candado del "Venezia" y no logra dejar de sentir pena. "Un lugar lleno de vida que ahora está muerto", comenta. "Es un dolor tremendo y una impotencia infinita".

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