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Hablan las rescatadas por los motoqueros en el norte

23 venezolanos estuvieron tres días extraviados en el desierto tratando de llegar a Arica

El día en que Yolanda decidió abandonar Venezuela fue cuando intentó comprarle un jarabe a su hijo de nueve años que había caído enfermo y le dijeron que el precio equivalía al sueldo de un mes.

Yolanda trabajaba como cajera en un banco en el estado de Táchira, pero subsistía con lo que le pasaba su marido, que hace dos años vive en Chile. No había viajado antes a reencontrarse con él porque ha sido imposible conseguir la visa para ella y sus hijos. "Pero ya no aguantaba más. Había decidido viajar como fuera", dice.

A Tacna llegó hace un par de semanas y en el hotel donde se alojó se encontró con otras familias venezolanas que buscaban lo mismo: llegar a Chile a como diera lugar. La mayoría eran mujeres con niños que querían reencontrarse con sus maridos.

"Cierto día llegaron unas personas al hotel que nos dijeron que podían conducirnos a Arica a cambio de una cierta cantidad de dólares", cuenta Yolanda. "En total éramos como 40 personas. Partimos la tarde del viernes 11 de septiembre. Caminamos muchísimo, pero como a las seis de la mañana del sábado, las personas que se suponía que nos guiarían dijeron que hasta allí nomás llegaban porque lo que seguía era territorio chileno. Hicieron un mapa en la arena con un palo. Dibujaron tres cumbres y nos dijeron que debíamos pasarlas y que al otro lado veríamos unas luces. Eso tenía que ser Arica. Nos aseguraron que eran tres horas de caminata y nos abandonaron. Nunca nos dijeron que había minas antipersonales", relata.

Yolanda no se llama Yolanda. Inventó el nombre por miedo: no quiere que las personas que la embaucaron en la frontera la reconozcan y cobren venganza. Por las mismas razones, Laura tampoco se llama Laura. Ella llegó desde Caracas con su hijo y unas amigas, también para reencontrarse con sus maridos.

Dice que como a las diez de la mañana del sábado, a la mayoría ya se le había acabado el agua y la comida. "Cuando pensábamos que habíamos pasado la tercera cumbre que nos habían dibujado en el mapa, aparecieron más cumbres, todas mucho más altas", cuenta Laura. "Empezamos a tener la sensación de que estábamos dando vueltas en círculos y que subíamos los mismos cerros una y otra vez. Hacía un calor horrible. Los niños comenzaron a quejarse de la sed y del hambre. Una de las mujeres que venía con nosotras comenzó a vomitar a cada rato y a otra le daban ataques de asma", cuenta.

La noche del sábado, la caravana descubrió que en la cima de una colina llegaba señal telefónica. "Comenzaron a sonar los teléfonos", cuenta Laura. "Eran nuestros familiares que nos preguntaban dónde estábamos, cuánto nos faltaba para llegar y nosotros les decíamos que no sabíamos porque estábamos perdidas".

"Yo tenía un chip de Chile y llamé a Carabineros", dice Yolanda. "Les conté todo y nos dijeron que debíamos hacer una señal para saber dónde estábamos. Subimos una loma, juntamos ropa y le prendimos fuego. Aparte de dar la señal, queríamos calentarnos un poco porque en la noche hacía un frío insoportable. Pero la fogata nos duró diez minutos. Los carabineros nos dijeron que estábamos demasiado lejos y que debíamos acercarnos. Decidimos hacerlo cuando amaneciera. Aquella noche no pudimos dormir nada por el frío".

"Al otro día (el domingo 13) nos dimos cuenta de que había que atravesar tres hileras de montaña para llegar donde los policías", prosigue Yolanda. "Empezamos a disgregarnos porque los que teníamos niños nos demorábamos más. Después de pasar dos montañas, llegamos a una quebrada que estaba a los pies de la tercera cima. Arriba veíamos a los policías. Pero era imposible subir. Imposible. Era demasiado alta. Nos refugiamos a la sombra de una roca a esperar. ¿Qué más podíamos hacer? La gente no podía seguir caminando".

"Cuando vimos el porte de la tercera cima, supimos que ese era el fin", sentencia Laura. "Simplemente no podíamos subirla. Era gigante y demasiado empinada. Había niños que se quejaban de dolores en los pies y había otros que caían al piso porque no podían mantenerse parados. Tenían la cara quemada, los labios partidos. Ya no aguantaban la sed. La joven que vomitaba, colapsó. Todas ya nos habíamos dado por vencidas y nos habíamos convencido de que hasta ahí llegaba nuestra vida".

"Hasta que de pronto", cuenta Yolanda, "escuchamos el ruido de motores. Y allí, bien lejos, vimos a las motos que bajaban la montaña imposible".

Esas motos eran las de un grupo de aficionados al motocross enduro llamado "Team Tuareg", que providencialmente se topó con las personas extraviadas.

"No lo podíamos creer", dice Yolanda. "Lloramos de pura emoción cuando llegaron y lo primero que hicimos fue implorarles por agua".

"Era como ver ángeles", agrega Laura. "Nos salvaron la vida a todos. Nunca les estaré lo suficientemente agradecida".

En total fueron 23 las personas rescatadas por los motoristas. El resto, coinciden Laura y Yolada, que en estos momentos cumplen cuarentena en una residencia sanitaria, o llegaron a Arica o se devolvieron a Tacna o siguen perdidos en medio de la nada. "Dios no lo quiera", implora Yolanda.

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