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Su quietud, sus formas y su sonrisa fueron tres elementos que hicieron inolvidable a Ana Luisa Riquelme, la modelo que desde los años sesenta posó para que miles de aspirantes a artistas de la Universidad de Chile foguearan sus destrezas plásticas.

En silencio y distante, clase a clase, sesión a sesión, Luchita —como más era conocida— quedó plasmada en miles de esculturas, papeles y telas, en ejercicios y en obras definitivas. Varios de esos pupilos que trabajaron con ella durante más de cinco décadas la recordaron ayer luego de que supieran de su muerte.

"La primera vez que me tocó dibujarla, al inicio fue un impacto, ya que no encajaba, a primera vista, en ninguna de las ideas preconcebidas que uno tiene sobre los modelos de estudio", asegura Fede Taus desde Leipzig, quien alude al tipo usual de quienes ejercen el arte de posar, el teatro y la danza. La tarea, agrega, "era todo un desafío, porque los volúmenes, tensiones y pesos provocaban que uno se concentrara lo máximo en lograr figurarla en toda su compleja riqueza de matices".

Virginia Cordero evoca la estampa de Luchita, especialmente "sus formas curvas y rotundas; su sonrisa, que no era sonrisa al posar, más bien un gesto amable, a gusto y sereno; su imagen se quedó en incontables dibujos y pinturas, modelo de maestros, profesores y alumnos por generaciones".

Pasaban los estudiantes, egresaban, se titulaban, se matriculaban otros y Luchita permanecía allí. Su cuerpo reflejaba el paso del tiempo y en silencio, como siempre, seguía imbuyéndose en un estado inerte que manejaba con maestría congénita. Ana María Montegu apunta que la modelo "era capaz de mantenerse por horas inmóvil, y retomar en las sesiones siguientes la misma postura y torsión, el mismo gesto, la misma disposición".

"La Luchita era de esas que pueden quedarse dormidas un rato y luego como si nada se despertaba sin moverse en absoluto, a la mitad de la clase de dibujo. No he visto a ninguna modelo de dibujo mantener una pose con el alma que ella proyectaba", corrobora Florencia Videla, artista visual y modelo de dibujo.

Cuando se subía a la tarima, acota Luna Morgana, "se hacía presente en nuestras vidas mediante su desnudez, que pasaba a ser mancha, achurado y superficie. Esos momentos me hacen pensar en su cuerpo como un espejo. La interpretación de su materialidad nos ofrecía infinitas posibilidades". Se trataba de una especie de "eterna renovación nunca idéntica a sí misma; un cuerpo desnudo prolongado en el tiempo con distintas edades, distintos rostros, pero finalmente el mismo cuerpo".

Fede Taus reconoce en Luchita a una perfecta representante de la tradición pictórica chilena "con origen en la academia francesa. Ella rompía, a la vez, con la idea de que los modelos de estudio son parte del decorado en la historia del arte. Con toda su experiencia, ella enseñaba silenciosamente que todas las partes y todos los procesos en la formación de los artistas son claves".

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