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Alfredo Castro habla de su trabajo en la película Tengo miedo torero
El sábado antepasado, Alfredo Castro salió de su encierro para filmar -al aire libre y con los debidos permisos y resguardos, precisa- el teaser de una película de Jorge Riquelme donde interpreta a un cantante del barrio Franklin. Por decisión del actor, algo en la apariencia de ese personaje proviene de Alamiro, un artista popular al que conoció en su infancia y del que también tomó prestado un rasgo físico para caracterizar -en el filme de Rodrigo Sepúlveda "Tengo miedo torero"- a la Loca del Frente.

Basada en la novela de Pedro Lemebel, la historia sigue a un travesti pobre y ya maduro que se enamora de un militante del FPMR (Carlos) en la antesala del atentado a Pinochet. Aunque a Castro lo entristece que el largometraje -que debuta el jueves 10 de septiembre en la Mostra de Venecia- no pueda exhibirse en las salas locales, recupera el entusiasmo cuando piensa en las 12 mil personas que han comprado entradas para su estreno vía streaming, el sábado 12. "Es impensable para una película chilena", comenta.

-¿Qué ha generado tal reacción?
-En primer lugar Lemebel, que fue una obra en sí mismo. Es muy difícil separarlo de su escritura, porque su cuerpo, sus tacos, sus plumas y escritura son una sola cosa. La gente ama cuando un artista es consecuente con su vida y su obra y no ha habido en Chile persona más consecuente con su vida y su obra que Lemebel, un luchador incansable por los derechos de las diversidades sexuales.

-Pero el personaje tiene atractivo y representatividad autónomos.
-La Loca del Frente pone en cuerpo una parte muy importante de Chile: representa todas las marginalidades, tanto en la diversidad sexual como en la pobreza, la miseria, la desigualdad. Es brillantemente inteligente y sensible y reúne a muchos personajes. Tuve que ponerme extensiones, decolorarme, ponerme uñas, medias, en fin. Pero vive como hombre en el día y pasa por momentos de tremendo glamour. Son muchas locas en una y esa diversidad atrae mucho.

-¿Cómo la fue construyendo? Ha contado que recurrió a un amigo del escritor, entre otras cosas.
-Leí la novela muchas veces. Jugué con ella para armar un viaje de principio a fin, que en el cine es lo que más me interesa. Lemebel la describe como vieja, flaca sin dientes, con poco pelo, feíta. Sus grandes atributos son su solidaridad, su humor y sus bordados. Tomé esos elementos. Y me junté con un amigo de Lemebel que sabía qué momentos vivió en la realidad y cuáles eran ficción y le pregunté sobre la manera de hablar de la Loca, que es popular, pero no habla como lumpen —"olvídate de esa posibilidad", opinó-, y también sobre la idea de "mujerear": "Por ningún motivo", me dijo. Le hice mucho caso: siento que estoy con un peso histórico tremendo encima, rindiéndole un homenaje a Pedro.

-¿Travestirse supone un esfuerzo actoral diferente?
-Significa para mí algo maravilloso, que es la inexistencia del género en un actor. Hace unos 20 años interpreté a la Eva Perón y en la última obra que hice, "Excesos", también había travestismo. Ha sido más bien un estímulo, porque me ubica en un lugar del pensamiento en el cual hay un cuerpo femenino y donde mi género siente la necesidad y obligación de pensar de otra manera.

-En su trabajo como actor y director, la marginalidad y la diversidad sexual han sido constantes, desde "La manzana de Adán".
-Yo me río porque digo que inicié mi transición hace muchos años, cuando en Chile era impensable transitar de género a género. Hice mi transición artística en torno a la sexualidad de muchos personajes muy gratificantes. La gente ve más allá de un actor travestido, ve a un ser humano que pertenece a una diversidad profundamente castigada. Siempre me ha interesado la marginalidad, en relación con la pertenencia de género, y la locura, el crimen.

-¿Por qué la locura?
-En una de mis idas a un siquiatra que terminó siendo muy amigo mío y colaborador del teatro (La Memoria), me preguntó: "¿Has pensado en lo loco que eras cuando chico?". Me fui pa' la casa como mareado.

-¿Era loco?
-Bueno, todos tuvimos cuando niños un grado de locura muy grande. Hablé con mi hermana mayor y nos dimos cuenta de que fuimos una familia muy fructífera en torno a un imaginario de locura. Para el cantante del persa recurrí a lo infantil, que te recorre toda la vida, y me acordé de que para los 18, en San Sebastián, a donde íbamos, llegaba un cantor, Alamiro, a quien yo miraba con asombro, por su pelo rojo. Cantaba cuecas en nuestra casa, donde se juntaban muchos vecinos, y, claro, era gay, pero yo no tenía las herramientas para discernir qué era con sus anillos, pelo rojo y una forma de hablar femenina.

-¿Qué produjo ese recuerdo?
-Si me preguntas de dónde saqué el rojo del pelo de la Loca del Frente, de ahí. Y para el teaser que te mencioné pedí encresparme el pelo, porque me acordé de Alamiro. Uno va recurriendo a esas memorias. La primera frase que pone Carlos Droguett en "Patas de perro", texto que puse en escena, es "escribo para olvidar", una paradoja. Pienso que tal vez actúo para olvidar, y eso es recordar con mucha más fuerza.

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