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La cruzada detrás de las mascarillas con ventanas
"Hola Bienvenid@ a la Tiendita Sorda. ¿En qué te puedo ayudar? Si demoro en responder es porque estoy haciendo clases". Es el mensaje automático que tiene Carmen Figueroa, 47 años, cuando le escriben por WatshApp para consultar o comprarle algunos de sus productos.

Su emprendimiento es una entidad sin fines de lucro y, a tono con los tiempos, sumó a su oferta las mascarillas con ventanas que benefician especialmente a los sordos y que logró que el Banco de Chile las usara en sus sucursales para atender a sus clientes.

Figueroa nació sorda, única en la familia con esa condición, y aprendió tempranamente a leer los labios, que es lo que permite, justamente, la mascarilla transparente en la zona de la boca. "La consigna en mi casa era la Carmen puede hacer de todo salvo escuchar y me eduqué en el círculo de oyentes", cuenta.

Estudió tres carreras: Licenciatura en Historia, Estética, Pedagogía, todas en la Universidad Católica, y tiene un magíster en Gestión Cultural en España. Gran currículum, pero al dejar de estudiar nadie le daba trabajo por su condición. Cayó en una depresión severa y por consejo de una sicóloga llegó a la comunidad sorda y se convirtió en activista; aprendió lo que llama "la maravillosa lengua de señas" y hoy es profesora en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). Por eso si no contesta el WhatsApp a los clientes de la Tiendita Sorda es porque está en clases.

En 2018 ayudó al Centro Cultural Nuestras Manos de Concepción a vender en Santiago un libro de un autor sordo inglés, luego un amigo iquiqueño, también sordo, comenzó a vender unos sticker con abecedario de lengua de señas y también se los vendió. Nació así la Tiendita Sorda (está en instagram y facebook), en la que todos sus ingresos van al Centro de Apoyo a Personas Sordas.

Figueroa dice que las mascarillas transparentes o con ventanas son un invento de la comunidad sorda internacional y cuando empezó a buscar fórmulas para replicarlas en Chile se encontró con Jilmara Da Silva, también sorda, que las confeccionaba en Quilpué. Se las empezó a vender en su tienda y luego recurrió a la empresa Kreaestilo para producirlas a gran escala. Cuenta que no fue fácil el diseño de la mascarilla para llegar a darle buenas terminaciones con el PVC flexible, pero que se logró. Si quiere una para ayudar a la comunidad sorda cuestan 2.000 pesos.

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