"Un delicioso bosquecillo", lo llamó Benjamín Vicuña Mackenna. Desde 1993, con el
título de santuario de la naturaleza, estas 42 hectáreas dentro de la Base Aérea de
Quintero resisten apenas el tiempo. Claudia Manzo Morales, de 37 años,
representaba a la Fuerza Aérea en la "mesa técnica" que definía planes para proteger
este manchón verde conocido como el Bosque de Las Petras, en honor a su árbol
estrella. Una vez al mes, en las reuniones de la "mesa", se encontraba con Paloma
Bravo, representante de la Corporación Nacional Forestal (Conaf) y su compañera en
la carrera de geografía de la Universidad Católica de Valparaíso. "Ella, siempre
preocupada por el tema del medio ambiente, conseguía financiamiento para cercar o
erradicar especies como la zarzamora. La lástima es su hijo. De repente Claudia iba
a estas reuniones con él. Nosotros lo conocimos", explica Paloma.
La geógrafa del Servicio Aerofotogramétrico de la Fach (SAF) es la única mujer en la lista de 38 personas que viajaban en el avión Hércules C-130 que se perdió entre Punta Arenas y la Antártica.
"Muy interesada en el trabajo. Amante de la cultura huasa, buena para bailar cueca. En la universidad era reconocida como la del Monte", recuerda.
Claudia vive en El Monte, en la Región Metropolitana, con su marido y con su hijo, Gabriel, de cinco años. Es la cuarta de ocho hermanos de madre que se criaron prácticamente juntos, a pesar de tener distintos apellidos paternos. Juan Duarte, uno de ellos, recuerda episodios de la niñez. "Nos ponía en una fila a Nicolás, a Diógenes y a mí. Ella se creía Raffaella Carrá, saltaba arriba de nosotros y teníamos que atajarla. Así era de alegre", explica.
No era la primera vez que volaba a la Antártica. "Siempre hacía estos viajes, porque ella se dedicaba al estudio del terreno y de imágenes satelitales", explica.
A las cinco de la mañana, de lunes a viernes, Claudia se levanta, sale con su marido, pasan a dejar a su hijo a la casa de la mamá de ella y la pareja continúa hacia la sede del SAF, en Cerrillos. En la tarde lo recogen como a las siete de la tarde.
Cristian Riveros, otro hermano, recuerda que una vez Claudia, cuando tenía nueve años, se fracturó un brazo en una competencia escolar y él recorrió hospital por hospital en Santiago. "La tuve que ir a buscar, sin saber dónde, porque no había mucha información", explica. Al final estaba en el San Borja Arriarán. "Sus ojitos estaba llenos de lágrimas", recuerda.
La geógrafa del Servicio Aerofotogramétrico de la Fach (SAF) es la única mujer en la lista de 38 personas que viajaban en el avión Hércules C-130 que se perdió entre Punta Arenas y la Antártica.
"Muy interesada en el trabajo. Amante de la cultura huasa, buena para bailar cueca. En la universidad era reconocida como la del Monte", recuerda.
Claudia vive en El Monte, en la Región Metropolitana, con su marido y con su hijo, Gabriel, de cinco años. Es la cuarta de ocho hermanos de madre que se criaron prácticamente juntos, a pesar de tener distintos apellidos paternos. Juan Duarte, uno de ellos, recuerda episodios de la niñez. "Nos ponía en una fila a Nicolás, a Diógenes y a mí. Ella se creía Raffaella Carrá, saltaba arriba de nosotros y teníamos que atajarla. Así era de alegre", explica.
No era la primera vez que volaba a la Antártica. "Siempre hacía estos viajes, porque ella se dedicaba al estudio del terreno y de imágenes satelitales", explica.
A las cinco de la mañana, de lunes a viernes, Claudia se levanta, sale con su marido, pasan a dejar a su hijo a la casa de la mamá de ella y la pareja continúa hacia la sede del SAF, en Cerrillos. En la tarde lo recogen como a las siete de la tarde.
Cristian Riveros, otro hermano, recuerda que una vez Claudia, cuando tenía nueve años, se fracturó un brazo en una competencia escolar y él recorrió hospital por hospital en Santiago. "La tuve que ir a buscar, sin saber dónde, porque no había mucha información", explica. Al final estaba en el San Borja Arriarán. "Sus ojitos estaba llenos de lágrimas", recuerda.