Flechado, el alemán Asbjorn Gerlach (52) se vino desde Berlín a Santiago por amor.
En 1998 conoció a la chilena Alejandra Krause, quien andaba de viaje por Europa;
luego se vieron varias veces más, acá y allá.
En 1999, para demostrarle a Alejandra que la cosa iba en serio, Gerlach le pidió matrimonio: le dijo que volvería a Chile al año siguiente para quedarse, y así fue. "No era sostenible vernos tan poco. Así que me mudé a Chile. Le dije estoy hablando en serio, casémonos y regreso el próximo año; ese es mi compromiso ", recuerda.
Asentada en Santiago, la pareja vivió en Maipú. Ahí llegaron los primeros shocks para Asbjorn: "La gente era muy agresiva. Hace veinte años no se podía ni andar en bicicleta, que era con lo que me movía en Berlín. Acá era como un intento de suicidio. Fue bien complicado".
Gerlach, cuyo título profesional es maestro cervecero, fue asentando en el camino los cimientos de la que hoy es la Cerveza Kross, empresa de la que fue cofundador y donde hoy es gerente de innovación.
El 2003 la pareja comenzó a construir una parcela en Curacaví, donde aún viven. Con la idea de ahorrar para el crédito hipotecario se fueron a vivir a la comuna de El Bosque con la familia de Alejandra, quien había sido mamá hace poco.
La construcción en Curacaví -que originalmente tardaría seis meses- se extendió por dos años, así que la convivencia del alemán con sus suegros chilenos también se alargó. "Fue muy chileno y me costó mucho acostumbrarme; éramos ocho personas viviendo en 70 metros cuadrados. Fue muy intenso".
Finalmente el 2005 se mudaron a la parcela. Ahí fue creciendo la familia, que hoy componen Matthias (17), Antonia (14) y Martina (11). Pero la cosa creció aún más: a la casa de al lado se mudaron los papás de Asbjorn, quienes se vinieron de Berlín para estar con su hijo y compartir con sus nietos. "Soy hijo único y estos son los únicos nietos que tienen, entonces quisieron hacerlo mientras la salud se los permitiera".
-¿Su papá no toma cerveza Kross?
-Sí, siempre, pero cuando yo se la llevo. No la compra porque la encuentra cara, pero se la toma feliz.
La opción de venirse pareció sensata. Pero aunque los papás de Asbjorn viven en un entorno muy relajado en la parcela, igual les cuesta. "No se acostumbran a Chile; a la informalidad de que les digan que sí, después que no; de que un maestro les diga que va a llegar a las 10 y que no pase nada, después que esté en pana y sobre todo que nunca digan que algo no se puede".
-¿Cómo ha resultado esto de vivir tan ceca de los padres?
-Juntos, pero no revueltos. Nos juntamos las veces que queremos. Cuando ellos no quieren visitas, cierran las cortinas. Nos ayudan muchísimo con los niños y pasan mucho tiempo con ellos. Es algo que funciona bien.
-¿Qué opinó su señora de que se vinieran los suegros a vivir al lado?
-Es un buen respaldo logístico. Si nos escapamos un fin de semana, sabemos que nuestros hijos están en buenas manos, aunque la brecha cultural y comunicacional es grande. A ellos les cuesta hablar español, mi señora no habla alemán, entonces muchas veces se comunican en inglés, pero yo hago de traductor todavía. Es un poco complicado, sobre todo en reuniones más grandes.
-¿Por qué?
-Es que si somos menos hablamos más lento, pero la Ale tiene muchos hermanos y dos de ellos viven en Curacaví, con tres niños que vienen los fines de semana. Ahí hay doce o quince personas y mis papás no entienden ni una, así que prefieren estar en grupos más chicos.
-¿Se han acercado como familia?
-Estamos mucho más cerca que antes, pero vivimos en paralelo porque tengo mucho trabajo, salgo tarde y vuelvo tarde. Entonces tenemos instantes juntos. Creo que esperábamos vernos más, pero igual es mucho más cerca que estar a miles de kilómetros y sólo hablar por teléfono.
-Tenerlos acá es como un regalo para los nietos.
-Ellos aprenden muy bien el alemán, porque en la casa de mis papás sólo se habla en ese idioma. En mi casa yo hablo alemán y mis hijos me responden en español, gracias a esto tienen una buena base de idiomas.
En 1999, para demostrarle a Alejandra que la cosa iba en serio, Gerlach le pidió matrimonio: le dijo que volvería a Chile al año siguiente para quedarse, y así fue. "No era sostenible vernos tan poco. Así que me mudé a Chile. Le dije estoy hablando en serio, casémonos y regreso el próximo año; ese es mi compromiso ", recuerda.
Asentada en Santiago, la pareja vivió en Maipú. Ahí llegaron los primeros shocks para Asbjorn: "La gente era muy agresiva. Hace veinte años no se podía ni andar en bicicleta, que era con lo que me movía en Berlín. Acá era como un intento de suicidio. Fue bien complicado".
Gerlach, cuyo título profesional es maestro cervecero, fue asentando en el camino los cimientos de la que hoy es la Cerveza Kross, empresa de la que fue cofundador y donde hoy es gerente de innovación.
El 2003 la pareja comenzó a construir una parcela en Curacaví, donde aún viven. Con la idea de ahorrar para el crédito hipotecario se fueron a vivir a la comuna de El Bosque con la familia de Alejandra, quien había sido mamá hace poco.
La construcción en Curacaví -que originalmente tardaría seis meses- se extendió por dos años, así que la convivencia del alemán con sus suegros chilenos también se alargó. "Fue muy chileno y me costó mucho acostumbrarme; éramos ocho personas viviendo en 70 metros cuadrados. Fue muy intenso".
Finalmente el 2005 se mudaron a la parcela. Ahí fue creciendo la familia, que hoy componen Matthias (17), Antonia (14) y Martina (11). Pero la cosa creció aún más: a la casa de al lado se mudaron los papás de Asbjorn, quienes se vinieron de Berlín para estar con su hijo y compartir con sus nietos. "Soy hijo único y estos son los únicos nietos que tienen, entonces quisieron hacerlo mientras la salud se los permitiera".
-¿Su papá no toma cerveza Kross?
-Sí, siempre, pero cuando yo se la llevo. No la compra porque la encuentra cara, pero se la toma feliz.
Juntos, no revueltos
Asbjorn explica que durante casi dos décadas no se vio con sus papás más dos veces por año. Casi nunca coincidían en la misma ciudad: ellos vivieron en Arabia Saudita, Asbjorn en Hamburgo y luego en Santiago.La opción de venirse pareció sensata. Pero aunque los papás de Asbjorn viven en un entorno muy relajado en la parcela, igual les cuesta. "No se acostumbran a Chile; a la informalidad de que les digan que sí, después que no; de que un maestro les diga que va a llegar a las 10 y que no pase nada, después que esté en pana y sobre todo que nunca digan que algo no se puede".
-¿Cómo ha resultado esto de vivir tan ceca de los padres?
-Juntos, pero no revueltos. Nos juntamos las veces que queremos. Cuando ellos no quieren visitas, cierran las cortinas. Nos ayudan muchísimo con los niños y pasan mucho tiempo con ellos. Es algo que funciona bien.
-¿Qué opinó su señora de que se vinieran los suegros a vivir al lado?
-Es un buen respaldo logístico. Si nos escapamos un fin de semana, sabemos que nuestros hijos están en buenas manos, aunque la brecha cultural y comunicacional es grande. A ellos les cuesta hablar español, mi señora no habla alemán, entonces muchas veces se comunican en inglés, pero yo hago de traductor todavía. Es un poco complicado, sobre todo en reuniones más grandes.
-¿Por qué?
-Es que si somos menos hablamos más lento, pero la Ale tiene muchos hermanos y dos de ellos viven en Curacaví, con tres niños que vienen los fines de semana. Ahí hay doce o quince personas y mis papás no entienden ni una, así que prefieren estar en grupos más chicos.
-¿Se han acercado como familia?
-Estamos mucho más cerca que antes, pero vivimos en paralelo porque tengo mucho trabajo, salgo tarde y vuelvo tarde. Entonces tenemos instantes juntos. Creo que esperábamos vernos más, pero igual es mucho más cerca que estar a miles de kilómetros y sólo hablar por teléfono.
-Tenerlos acá es como un regalo para los nietos.
-Ellos aprenden muy bien el alemán, porque en la casa de mis papás sólo se habla en ese idioma. En mi casa yo hablo alemán y mis hijos me responden en español, gracias a esto tienen una buena base de idiomas.