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Una planta nuclear flotante la apuesta de Putin para consolidarse en el Ártico
Una central nuclear flotante, capaz de suministrar electricidad a 100.000 personas, es la nueva jugada del Presidente ruso, Vladimir Putin, en su estrategia de controlar el Ártico, una zona inhóspita que con el avance del cambio climático podría transformarse en una gran ruta comercial y una fuente de vastos recursos naturales, especialmente para un país con una flota de rompehielos nucleares.

Akademik Lomonosov es el nombre de la primera central nuclear flotante que Rusia puso en marcha para uso civil y que debería llegar este mes a la ciudad ártica de Pevek. Construida entre 2007 y 2018 con la misma tecnología utilizada en los rompehielos nucleares, dispone de dos reactores con potencia de 35 MW.

El proyecto ha sido blanco de críticas debido a los riesgos medioambientales que implica —un tsunami, por ejemplo, podría provocar una fuga en los reactores y la lejanía del lugar haría difícil repararlos—, pero también debido a que las potencias temen que sea una excusa para que Rusia refuerce su presencia en el Ártico.

Capacidad rusa


Hoy Rusia controla una veintena de bases militares y aéreas en el Ártico y tiene más personal militar desplegado en la zona que nunca antes. También ha reforzado a la Flota Norte, que posee cerca del 80% de las armas agua-tierra y agua-aire del país, según el Centro Internacional de Defensa y Seguridad de Estonia. En mayo, el gobierno botó el “Ural”, su nuevo rompehielos nuclear, y el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, aseguró que para fin de año la Flota Norte tendrá el 59% del arsenal más moderno del país.

Moscú, además, dispone de 40 rompehielos en su zona norte, cinco de los cuales son nucleares, y está construyendo más. Putin prometió que para 2035 la Flota Norte tendrá 13 rompehielos pesados en servicio —capaces de atravesar hielo de 3 metros de grosor—, 9 de ellos impulsados por reactores atómicos.

“Nos aseguramos de tener las capacidades defensivas necesarias considerando la situación militar cerca de nuestras fronteras”, ha dicho el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, quien justifica la inversión en el norte por la presencia de buques de la OTAN en las costas noruegas.

Comercio y recursos


Aunque el Ártico fue una zona de conflicto durante la Guerra Fría, el clima y las limitadas opciones de tránsito hicieron que la actividad rusa en la zona disminuyera con el tiempo. Sin embargo, esa actitud ha ido cambiando en los últimos años y, de la mano de Putin, la circulación de barcos rusos en el Ártico ha llegado a niveles no vistos desde fines de los 80.

El renovado impulso de Moscú por conquistar esta zona tiene que ver con el calentamiento global. A medida que aumentan las temperaturas y los hielos se derriten, se incrementan las posibilidades de que barcos puedan atravesar el Ártico para cruzar de Europa a Asia. Informes del Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo, en Estados Unidos, dan cuenta de que el hielo en el Ártico cubre menos de un tercio que hace cinco años.

Los expertos aseguran que la nueva ruta podría reducir el tiempo de viaje hasta en 15 días. El “Venta Maersk”, una nave de carga con bandera danesa equipada para el hielo, atravesó el año pasado el Ártico ruso, en un viaje de prueba para demostrar que era posible.

Moscú no solo está interesado en las posibilidades comerciales, sino que también en los recursos minerales y energéticos, que serán más accesibles con el cambio climático y los desarrollos tecnológicos. En el Ártico está el 22% de las reservas de petróleo y gas no descubiertas, según estimaciones de Estados Unidos.

La compañía rusa Norilsk Nickel —el productor más grande de paladio y uno de los mayores de platino— ha comenzado a centrar sus operaciones de extracción cerca del mar de Barents y del Kara. Además, algunos de los mayores proyectos gasíferos de Rusia están en la península de Yamal, como GNL Yamal y GNL Artic 2.

“Lo más interesante es la velocidad con la que Rusia ha aumentado su presencia en el Ártico desde 2010 y de qué manera lo ha hecho. El Kremlin está desarrollando diversas áreas en la región, desde desarrollo humano, hasta energético y militar”, dijo a “El Mercurio” Mathieu Boulègue, experto en temas de defensa rusos de Chatham House, para quien el Polo Norte tiene un valor tanto simbólico como práctico para Moscú.

Rusia no es la única interesada en el Ártico. Estados Unidos, Canadá y Dinamarca reclaman parte de este territorio como propio, pero están lejos de las capacidades de Moscú para navegarlo. EE.UU., por ejemplo, tiene solo 2 rompehielos pesados y uno mediano (capaz de atravesar hielos de 2 metros de profundidad). Washington aprobó este año la construcción de otro pesado, y la Guardia Costera planea pedir dos adicionales, más tres medianos; pero eso todavía los dejaría con menos de la mitad de los que planea tener Rusia en 15 años.

Otro actor que podría ser una amenaza para los intereses rusos es uno de sus grandes socios comerciales en la zona: China. El gigante asiático no reclama territorios árticos para sí, pero el año pasado publicó un documento en el que manifestaba su interés de ser un “actor principal” en la zona, puesto que es un “estado cercano al Ártico” y tiene una presencia importante en el área. Beijing —que posee un rompehielos pesado y acaba de comenzar a construir otro— tiene acuerdos energéticos con las compañías rusas que trabajan en el Ártico y cargueros chinos maniobran hace al menos cinco años por la zona.

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